El miedo que me habita tiene mucho de teatro documental. Los personajes principales son mujeres protagonistas de historias violentas, son solo imágenes, son noticia cada día; pero el teatro permite a través de un juego de espejos que las sintamos y que esa emoción que persigue nuestro arte provoque reflexión.
En este espectáculo, los actores surgen del público no porque se persiga un efecto sorprendente, es que van a representar al público como el coro de las tragedias griegas. Comenta, narra, interpreta, da vida al drama de los protagonistas con voces claras y potentes con presencias e imágenes perfiladas.
Así veo esta obra como una propuesta que puede abrir a Zarrapastra un camino, una línea de trabajo de infinitas posibilidades siempre que encuentre un público sensible y gestores que apoyen como se merece este tipo de riesgos impensables en otros ámbitos teatrales.
La apuesta como digo tiene interés en esa formalidad trágica pero con personajes que no son reyes ni dioses sino mujeres de aquí o de cerca porque comparten rasgos e historias próximas y reconocibles. Un lenguaje conocido, propio del grupo pero que en esta ocasión trasiega muy bien entre las formas clásicas y el teatro testimonio.
Estos personajes y el feminicidio de Ciudad Juárez, han movido el interés de muchos autores por resucitar el teatro documental que ya propusieron Brecht y Piscator, dramaturgos que han creído que “un pueblo sin teatro es un pueblo sin conciencia”. Se trata de un teatro de denuncia social donde se mezclan recursos teatrales con testimonios, documentos periodísticos o de otro tipo basado en hechos verdaderos. En este caso todo es tratado con un profundo respeto y con una rigurosidad formal basada en la comunicación abierta y directa con las protagonistas de las historias, que ha mantenido Zarrapastra en el proceso de creación.
El feminicidio de Ciudad Juárez, se relata muchas veces en cifras que provocan nauseas, como los miles de vacas, cerdos y corderos que acaban degollados en los mataderos, como el hedor de los estercoleros en que terminan los cadáveres de las muchachas. Cada número es una historia y millones de observadores. El teatro nos permite romper la linealidad de esa ecuación monstruosa o por lo menos puede contribuir a destruir su interpretación en claves abstractas. Son realidades que directamente afectan por lo menos a la mitad de la población que pertenece al género femenino y al resto para nuestra vergüenza.
Zarrapastra no busca el aplauso, pero el público se lo da porque valora este trabajo comprometido, bien ejecutado, emotivo y arriesgado que nos ofrece en un tiempo que la sociedad necesita cada vez más de esta aportación del teatro.
Permitidme también el mío. Javier Salvo
Sábado 23 noviembre 2013, 20:00 horas
CC Giralt Laporta
Valdemorillo, Madrid
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